En un intento por reconciliarse con su hijo, el padre invitó al joven a pasar un tiempo en una cabaña muy al norte de su ciudad, una cabaña cerca de unas montañas en las que hacía frío y caía nieve durante casi todo el año. Sabía que su hijo amaba el frío y que esquiar en esas montañas podría ponerlo de buenas.
Cuando entraron a la cabaña en donde hacía frío, fueron recibidos por la pareja de su padre, a quien el joven no sentía ganas de llamar “madrastra”. La madrastra hizo de comer y alimentó a su pareja y a su hijastro.
—Sofía, ¿dónde está tu hija?
—Ha ido arriba, a la montaña, debe estar esquiando. Esteban, ¿por qué no vas a buscarla? Sirve que se conocen.
El joven Esteban emprendió su marcha, subiendo la montaña entre el frío atardecer. En sus hombros llevaba un trineo. Durante su ascenso, empezó a llorar, extrañando a su madre. Su culpa era tan grande que también incluía a ese hermoso lugar.
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