jueves, 7 de julio de 2011

Paulina.


El mundo es un desastre, pero tu cabello siempre es perfecto.


Te conocí un 7 de diciembre en un café que tiene un simpático nombre en francés, tú estabas sentada junto a una buena amiga y yo corría para alcanzar un Festival de Cine Universitario. Por caprichos de la vida nos encontramos y lo más curioso fue que nos hayamos saludado sin conocernos. Algo alquímico había sucedido en mí, sentí que la persona que estaba viendo en ese momento era justamente la persona que había estado esperando toda la vida.

La segunda vez que te vi, fue doce días después. Nos cruzamos de casualidad caminando por los portales del Palacio de Gobierno. Estuvimos a punto de no reconocernos, pero nos detuvimos y nos acercamos a saludarnos, comenzamos una pequeña plática y junto a nosotros apareció Atila, ese perro afgano que se volvería nuestro acompañante en nuestras salidas posteriores. Exclamaste "¡Qué bonito perro!", y yo apenas conociéndote, te dije: "Ven, vamos a acariciarlo", tomé tu mano y te llevé corriendo ante ese ejemplar canino mientras  tú con tus gafas de color aguamarina me volteabas a ver con una sonrisa y yo le preguntaba al joven "¿Cómo se llama tu perro?"… 

La tercera vez aceptaste mi invitación para ir a escuchar una banda que no era de tu agrado, acudiste sin saber nada sobre "Gener"; lo único que sabías de mí era que me gustaba acariciar perros desconocidos y que era un chico espontáneo. ¡Pero fuiste! Y ese día te maté de risa porque dije que estuve a punto de ir a la cárcel por comer hormigas en vía pública. 

Nuestro cuarto encuentro: esa vez hacía mucho frío… en aquella ocasión estuvimos muy distantes, yo conversaba con un amigo sobre pianistas importantes mientras bebía una cerveza que tenía una etiqueta conmemorativa, como la tuya, como la de todos… después tú te cambiaste de lugar, quedando sentada todavía más lejos de dónde te tenía y te pusiste unos audífonos gigantescos y yo dije "¡Chin!, ya no voy a poder platicar con ella". Un poco decepcionado me paré y te dije "me tengo que ir". Ésa fue la última vez que te vi en el 2010, era el sábado 18 de diciembre. 

Te invité a salir tres días después pero tú no pudiste acudir. Ya no pudimos volver a vernos porque me tuve que ir a la Ciudad de México por las vacaciones, y a ti te pasaron cosas… cosas que me contaste el 10 de enero, cuando nos volvimos a ver. Había fallecido tu abuelita y por eso ya no pudiste acudir a nuestra última cita, porque ella se había puesto grave. Era la quinta vez que nos veíamos, y la primera del 2011. Ese día dimos un largo paseo, hasta que terminamos perdidos en la avenida Murillo Vidal donde tu papá te esperaba para llevarte a comer. Conocí a tu papá de lejos, no quise acercarme a saludarlo porque me sentí cohibido ante la experiencia de conocer a tu padre. Lo hubiera hecho, porque tiempo después me confesaste que tu papá quería conocerme y que si me hubiera quedado me hubiera invitado a comer pizza y que habríamos pasado más tiempo juntos. Enseguida pensé: "¡Ja! ¡No debí salir corriendo ese día!". De aquella ocasión tengo grabadas las palabras "Bolas Chinas" y "Atrévete a Amar". 

La sexta vez tuvimos nuestro primer café y una plática muy buena en un banca medio escondida del Parque Juárez. Al terminar la plática nos dimos un abrazo hermoso, yo estaba fascinado,  había sido un abrazo extraordinario y quería otro, nos pusimos de pie, caminamos unos pasos y de repente ¡plop!, estaba de nuevo entre tus brazos y tú entre los míos. Estuvimos entrelazados siglos. Yo sentía tu respiración y tú la mía… lo recuerdo y lo siento aún en el pecho. Fue el abrazo de mi vida. Inolvidable, irrepetible. Nos despedimos, agarramos caminos diferentes: yo subía las escaleras rumbo a la catedral mientras  tú las bajabas rumbo a las Cuatro Virtudes, yo sonreía y a ti se te caía la BlackBerry. Era 24 de enero y antes de que que acabara ese día me mandaste un mensaje hermoso en el que me agradecías todo lo que yo te hacía sentir. Me sorprendiste mucho, no creí que pensaras tantas cosas bonitas sobre mí. 

Luego llegó el 31 de enero, era lunes y también era tu primer día de clases en tu nuevo semestre, te mandé un mensaje de buenos días a las 5 de la mañana y cuando me lo respondiste me pediste que pasara a recogerte a la escuela esa misma tarde. Estaba muy emocionado, tendríamos nuestra séptima cita, no recuerdo haberme sentido tan emocionado y tan lleno de vida como durante esa mañana, hasta mis papás se percataron de mi extrema felicidad y me dijeron "¡Guau hijo!, ¡ojalá todos los días te despertaras así!". 

Llegó la hora en la que debía pasar por ti, pero antes de ir a recogerte, compré una rosa blanca en la que metí un papelito en el que había escrito las palabras "¿Quieres ser mi novia?". Estaba decidido a crear una relación contigo. 

Pasé por ti. Te entregué la rosa sin decirte que tenía un mensaje oculto entre sus pétalos. Nos fuimos a pasear a "Los Lagos". Encontramos un lugar agradable para sentarnos y nos pusimos a platicar de cosas muy intensas. Ese día me viste llorar... tú creíste que lloraba por lo que me habías dicho, pero ¡no! Yo lloraba porque creía que habías descubierto antes de tiempo el mensaje que había escondido en la rosa blanca, y que todo lo que me estabas diciendo en ese momento, era por mi culpa, porque había arruinado el instante con mi mensaje oculto. Pero jamás descubriste esas letras que yo tenía para ti. ¿Te das cuenta? A la séptima vez que nos vimos yo iba a hacer algo importante. Hoy es el séptimo día del séptimo mes, y hoy cumplimos siete meses de conocernos en persona.

Estar enamorado no es fácil; no basta con desearlo, hay que oirlo.

También en esa ocasión, (¡esa vez si que fue rara!), estuvimos juntos durante horas, de repente me veías llorar y de un momento a otro estábamos hablando de una banda llamada Fobia. A las siete de la noche regresamos a tu escuela y te presenté a uno de mis mejores amigos: Luno. Sigo muriendo de risa cuando me acuerdo que dijiste "Tu amigo es un farol". Tuvimos un rato bastante agradable con Luno hasta que un chico al que también le gustabas te marcó y dijo que pasaría por ti. Te tuve que ver partir con él ese día y me quedé solo, triste porque las cosas no me salieron como lo había planeado. Durante toda la mañana y tarde de aquel día, me imaginé llegando extremadamente feliz a mi casa y gritándole a mis papás las palabras "¡Ya tengo novia!".

Para la octava vez… la octava vez… espera, ¿debería seguir? Sabes que recuerdo todo, soy tu pequeña bitácora viviente y con cabello chino. La octava vez existió, así como también existió una novena, y hubo una décima, y una enésima también. 

Me fascinó la vez que me invitaste a tu escuela para ver una exposición de dibujos surrealistas. Yo estaba feliz a tu lado, contemplando los dibujos y recorriendo contigo la galería, pero de pronto, ¡sorpresa, sorpresa! El otro chico al que le gustabas apareció de nuevo. Yo me alejé para dejarte con él, me refugié con una veintena de amigos que me encontré, mientras te veía recorrer incómodamente el lugar a su lado. De pronto saliste corriendo de la galería con él persiguiéndote a unos pasos de distancia. Sentí que yo ya te había perdido, y así me sentí durante un buen rato hasta que apareció nuestro amigo Lenin y me preguntó por ti. Me dijo: "¿Dónde está Paulina, Gener?", con una sonrisa fingida le dije "Paulina se fue con su chico". A lo que él respondió "Ah, bueno, ni modo… nos vemos; iré con unos amigos a echar las chelas, cuídate".

Todo eso hizo que me sintiera muy extraño, toda mi vida se volvió bizarra en un segundo. ¿Qué hacía yo en medio de una galería de dibujos surrealistas, completamente solo, sabiendo que te habías ido, que no ibas a volver y que nuestro encuentro había salido mal? ¿Cuál era la fuerza que me dejó anclado a la alfombra de la galería sin que me pudiera mover? Estuve unos minutos estático, lo suficiente para ver a Lenin despedirse de unas cinco personas. Habían pasado unos quince minutos desde que te fuiste con aquél chico. Luego, de la nada recobré la movilidad, di media vuelta, luego di un paso, otro, y luego otro, hasta que recobré por completo la fuerza motriz que había perdido con mi ensimismamiento. 

Empecé a despedirme de las personas que conocía y de las que acababa de conocer. Mientras me despedía, le pedí a un amigo llamado Axel que me acompañara a la salida de la galería, pues me sentía incómodamente derrotado. Así que eso hizo, me acompañó y justo cuando yo estaba llegando a la salida, apareciste tú. Al verme, apareció en tu rostro una sonrisa inmensa. Fuiste corriendo hasta donde estaba yo, tomaste mi mano y me dijiste: "Vas a ir conmigo". "¿A dónde?" te pregunté mientras en el rostro se me dibujaba una cara de *-¿Qué demonios sucede aquí?-*. "Con unos amigos, no sé a dónde van, pero tú me vas a acompañar". Curiosamente era el plan al que me había dicho Lenin que iría a echar las chelas. Me llevaste ante tus amigos y me abrazaste, te habías deshecho del otro chico, y te deshiciste de él para estar conmigo. 

No me imaginaba que la noche apenas iba a empezar para nosotros dos. Ni si quiera vi donde quedó el amigo que me acompañó a la salida de la galería, ¡fui secuestrado por ti! Posteriormente llegamos a un lugar muy agradable, donde había un artista bastante bohemio que tocaba la guitarra y que cantaba en ese momento las palabras ”Llévame en un barco al sur de Vietnam”.

Sí Paulina. Sí. Mi memoria es bastante extraña, y te recuerda cristalinamente. Ésa misma ocasión, después de haber dejado el lugar y de despedirnos de tus amigos, caminamos de noche por la ciudad hasta que nos topamos de nueva cuenta con Atila, nuestro amigo, el perro afgano, y me tomaste una fotografía mientras yo lo acariciaba.

Cada segundo que nos pasa es transparente. Cierra los ojos corazón, ¡estoy presente! Corazón, corazón, corazones, corazones… sigo embelesado por la forma en la que dibujas los corazones, tienen esa forma tan peculiar… parecen flores… parecen globos… ¡parecen globos en forma de flor!